Javier regresaba a paso lento y cansado de su paseo por el parque. A sus ochenta años, la fuerza que años atrás había llenado de vigor todos los músculos de su cuerpo hacía bastante ya que lo había abandonado. Ahora salir de casa y obligar a sus cansadas piernas a avanzar dando un paso tras otro ya era toda una batalla, de la que sabía que cualquier día comenzaría a ser derrotado. De pelo blanco, enjuto, un poco encorvado sobre si mismo, ofrecía la misma imagen que tantos y tantos ancianos, aunque el nunca había imaginado esta palabra refiriéndose a si mismo. Es curioso, pensaba mientras caminaba, como vemos a los demás envejecer a nuestro alrededor y sin embargo nuestra mente se niega a pensar que a nosotros ese proceso cruel y amargo nos está afectando del mismo modo que a todos, es como si nos consideráramos a salvo y viéramos el mundo detrás de una pantalla.
Al doblar la esquina de su calle, creyó vislumbrar una figura plantada delante de la puerta de su casa, a aquella distancia no podía distinguir aún si se traba de alguien conocido, nada escapaba al proceso y la vista como tantas otras de sus facultades, lo había ido abandonado poco a poco, sin sus gafas se sentía totalmente perdido, pero por culpa de un último atisbo de vanidad se negaba a ponérselas para ir al parque, donde se reunía cada mañana con los ya escasos amigos que el cruel abrazo de la noche eterna no había arrancado aún de su lado.
Al aproximarse, su corazón se llenó de gozo y en su semblante apareció un gesto de infinito amor y ternura, era Rosa quien lo estaba esperando allí, su amada Rosa, su esposa.
- Hola cariño ¿era hoy cuando regresabas de casa de tu hermana? No lo recuerdo bien, esta maldita memoria ya sabes. ¿Pero qué haces aquí esperando, te olvidaste las llaves? Vamos dentro mi vida la mañana está fresca y ya sabes que eso no te conviene
La casa la habían comprado unos cuarenta años atrás ¿o eran cincuenta? No lo recordaba bien, aunque sí, había sido justo tras el nacimiento de Cristina su hija menor, así que debía hacer......bueno ¿Cristina tenía cuarenta y siete o eran cuarenta y cuatro? En realidad daba igual, hacía muchos años que habían comprado aquella casa y a pesar de las sucesivas reformas que se le habían ido haciendo con el transcurso de los años no dejaba de tener ya el aspecto de una casa vieja, pensó con una melancólica sonrisa en su gesto ¿quedaba algo en sus vidas que no fuera ya viejo?
- Debes estar cansada del viaje mi amor, siéntate en el sofá mientras yo preparo unas tazas de café y ahora me lo cuentas todo.
Se dirigió a la cocina con su paso cansado y se dispuso a cumplir con el ritual de preparar café. Como buen adicto al café era muy quisquilloso con su preparación así que hacía muchos años que había decidido prepararlo él mismo. El café, como todo en la vida, debía estar justo en su punto, aromático, ni demasiado fuerte ni demasiado suave, ni muy caliente ni templado, ni muy dulce ni excesivamente amargo.
Regresó al salón con las dos tazas en las manos, las depositó sobre la mesa camilla y se sentó en su butacón preferido. Casi por instinto, en un acto reflejo estuvo a punto de encender la televisión, pero decidió no hacerlo para poder charlar tranquilamente con su esposa.
- Te he echado tanto de menos estos días. Cuando me dijiste de visitar a tu hermana ya sabía lo solo que me iba a sentir sin ti, pero no quise convencerte para que no te marcharas. Sí, están los niños claro, pero ellos andan siempre demasiado ocupados con sus vidas y aunque Cristina ha venido todos los días a verme eso no hace que haya dejado de pensar en ti ni un solo segundo. Que buena es Cristina, me alegro tanto de que haya encontrado a un hombre tan honrado y trabajador como.....¿se llama Jose Luis verdad? Creo que de los tres es la más cariñosa de todos, siempre lo fue. Elena también es muy buena chica claro que si, pero francamente, hasta le agradezco que no venga tanto, porque esos dos diablillos que tiene por hijos son insoportables, quizás sea por la edad no te digo que no, pero prefiero verlos solo de vez en cuando. Ya ya, sé que son nuestros nietos y que no debería decir estas cosas pero es que con la vejez uno se vuelve un poco egoísta, y solo necesita paz y tranquilidad. De todas formas el que me preocupa de verdad es Enrique ya lo sabes, ese chico desde lo de su divorcio me tiene en un sinvivir. Nunca fue muy alegre eso hay que reconocerlo, pero ahora está tan apático, tan metido en su mundo, hay tanta tristeza reflejada en sus ojos. No sé si nos equivocamos en su educación, en lugar de protegerlo y mimarlo tanto por lo de su enfermedad infantil deberíamos haberlo preparado para esta vida que tantos y tantos sinsabores nos tiene reservados. Lo cierto es que estar sin ti se me ha hecho eterno, te amo tanto, te necesito tanto. Que triste es despertarse y no verte a mi lado, no oler tu perfume y no poder darte un beso cuando salgo a dar mi paseo por el parque. No encontrarte al regresar y tener que comer solo, no tener tu compañía ni el calor de tus palabras, tus miradas, todo ese cariño que me das, que me has regalado durante toda la vida. Que vacía está la casa sin tu presencia, que profundos se hacen los silencios. Siempre pensé que la soledad era un regalo de privilegiados cuando es escogida por uno mismo, pero cuando esa sensación te viene impuesta, puede convertirse en todo un tormento para el corazón, y este corazón está ya demasiado cansado como para tener que soportar tu ausencia. Creo que con el paso de los años me he vuelto un sensiblero pero no sabes cuanto te necesito, no podría vivir sin ti, no sabes cuanto te quiero. Gracias a Dios ya estás aquí y la próxima vez que decidas visitar a tu hermana decidiré acompañarte, aunque no soporte al tozudo de su marido, cualquier cosa antes que volver a separarnos. Bueno ahora cuéntame tu como ha ido todo porque ya me conoces, empiezo a hablar y no paro, siempre ha sido ese mi defecto, he sido demasiado charlatán. Cuéntame antes de que me duerma, no sé que me pasa, pero ya sabes que últimamente me quedo dormido sin darme apenas cuenta.
Cristina abrió con su propia llave la puerta de la casa, al entrar le pareció extraño no escuchar el sonido de la televisión, su padre era muy adicto y aunque estuviera durmiendo o leyendo el periódico, siempre solía tener encendido el televisor. Entró en el salón, su padre estaba sentado en el butacón, como de costumbre se había quedado plácidamente dormido, se acercó y vio que sostenía algo entre sus manos. Como solía hacer se inclinó y le susurró al oído “hola papá, tu princesita está aquí”. Inmediatamente notó lo fría que estaba la cara de su padre, asustada buscó el latido de su corazón.....y no pudo encontrarlo. Dos lágrimas escaparon de sus ojos y comenzaron a resbalar por sus mejillas, sobre la mesa había dos tazas de café, una de ella aún estaba llena, y entre las manos de su padre, aferrado contra su pecho, estaba el marco con la fotografía de mamá, muerta doce años antes.
Llorando abrazó la cabeza de su padre contra su pecho y susurró
- Descansa papá, siempre has estado con ella, nos dejaste el mismo día que ella murió, seguíamos teniéndote aquí pero en realidad estabas muy lejos, a su lado, y ahora por fin volvéis a estar juntos en cuerpo y alma, dile que la quiero mucho.
Júcar Gobel
Añadir comentario
Comentarios