Gritando silencios

Publicado el 23 de septiembre de 2023, 10:52

¿Existen acaso los gritos del silencio? Porque de no existir me temo que tendré que inventarlos. Una vez conocí a un inventor de palabras, no tenía horario asignado ni era un empleo remunerado, ni siquiera nadie le daba las gracias por lo que hacía, pero eso no era importante para él, sentía que tenía una misión, la de regalarle al mundo nuevas palabras inventadas para decir aquello que no sabemos decir cuando nos faltan y esquivas, huyen de nuestra memoria cuando más necesitamos pronunciarlas, dejándonos abatidos, dolientes de esas sílabas inalcanzables, que se escurren caprichosas entre los surcos de nuestra memoria infértil. Tal vez ese inventor de palabras hoy tendría una fortuna, porque ¿Cuántas veces he(mos) sentido que necesitába(mos) palabras nuevas para poder redefinir y gritar lo que sentimos? Gritar, otra vez lo mismo, puede que la paranoia se esté apoderando de mí, puede que no haya peor grito que aquel que se ahoga en el pecho, el nonato, aquel que morimos por lanzar y entregar al viento, aún a sabiendas de que en ese momento dejará de ser nuestro. Sí, es cierto, no siempre es necesario gritar, tal vez nunca lo sea, pero a veces, ¡sería tan bonito poder hacerlo! Fuegos fatuos que alimentan la locura de la sinrazón cuando la noche, callada, se convierte en letanía.

 Ahora uno los pensamientos, ¿y si invento una palabra nueva y la grito a los cuatro vientos, que nunca supe porque eran cuatro y no tres o cinco? Debo ser un mal navegante, pienso abochornado bajo la mirada acusadora del mar, que desde su lecho de sal, me lanza su murmullo eterno, riéndose de mí. ¿Sería suficiente acaso de esa manera? Me temo que no, escuchar gritar en un idioma incomprendido puede ser peor que el silencio, ese silencio a veces cómplice, pero que a veces tortura, a veces compañero, a veces enemigo, a veces... el silencio esconde un millón de palabras.

Aunque al fin y al cabo ¿son tan importantes las palabras o la fuerza con la que se pronuncien? ¿Y si al gritar se rompen el ritmo y los colores, cuelgan los jardines como relojes fundidos de Dalí,  y comprenden las palabras que no pueden llorar las guitarras el silencio de las lágrimas cuando los sollozos viajan en clase turista? Porque como dice la frase las palabras se las lleva el viento, y a veces siento que el idioma no sirve absolutamente para nada, porque acaso cuanto más se hable menos se sienta, y a veces basta con sentirse, cerrar los ojos, y tenerte a mi lado, saber que estás ahí, de esa forma que sólo tú y yo somos capaces de concebir, de percibir, de compartir. Y es que al fin y al cabo solo subsiste aquello que es capaz de permanecer en la memoria, ajeno al paso del tiempo, impertérrito ante los vaivenes de los días que pasan arrancando de nosotros lo superfluo, lo vacuo, lo efímero, haciendo que persista  sólo la esencia; la tuya, la mía, la nuestra.

Y ante eso, ¿tal vez no sea absurdo preocuparse por gritar palabras, o acaso por no poder hacerlo? Pero ¿Dónde van los gritos cuando se extinguen? ¿Existirá quizás un almacén de gritos no pronunciados?

En algún otro extremo del tiempo un juglar ensalza las victorias de la guerrera de la luz, mientras en éste vértice me dejo llevar por el viento, por el canto de sirenas del azar de los renglones.

Lo sé, se trata tan sólo de satisfacer el deseo irracional de hacerlo más allá de cualquier comprensión lógica, pero es que a veces, a veces, sería tan bonito poder gritarle al mundo que...

Júcar Gobel

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