Salió como cada mañana con su mochila al hombro para enfrentarse al día. El ladrón de sonrisas se había llevado el sol, los pájaros no cantaban sobre las copas de los escasos árboles que aún quedaban en pie. El ruido de la circulación era insoportable. Enfrente, a lo lejos, aquel gigante de hierro no dejaba de escupir aquella atmósfera maloliente que se impregnaba en la ropa y se incrustaba en el olfato.
Dio media vuelta y volvió a casa. La fotografía recortada de su añorada playa solitaria seguía pinchada en la pared con una chincheta. Sobre la repisa seguía aquella otra fotografía que siempre le traía el recuerdo de tiempos felices. Fue hasta el armario del baño y cogió el frasco de pastillas. Hoy no sería como cada mañana, hoy le devolverían la sonrisa, el sol, los árboles, los pájaros. Hoy volvería a estar junto a ella, en aquella playa...
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