"Entonces, el cielo se abrió. El inesperado estallido del rayo no permitía reconocer en un primer momento el peligro indecible que entrañaba, y Bathsheba y Gabriel sólo captaron su majestuosa belleza. Surgía del este, del oeste, del norte, del sur, y era una perfecta danza de la muerte. Formas de esqueletos modeladas con huesos de fuego azul se dibujaron en el aire: bailaban, saltaban, avanzaban a grandes zancadas, corrían y se mezclaban en una confusión sin par. Entremezcladas con los esqueletos ondeaban serpentinas verdes, tras las cuales se apreciaba una amplia masa de luz menos intensa. Al mismo tiempo, y desde todos los rincones del cielo a punto de desplomarse, llegó algo que podría llamarse un grito, pues si bien ningún grito se asemejaba a aquel sonido, su naturaleza era más la de un grito que la de cualquier otra cosa terrena. Entretanto, una de las truculentas siluetas había iluminado la punta de la vara de Gabriel y la recorría sin ser vista, deslizándose por la cadena hasta llegar a la tierra. Gabriel quedó cegado por la luz, pero sintió el brazo cálido de Bathsheba que temblaba en su mano: una sensación nueva y sin duda emocionante. Pero el amor, la vida, todo lo humano parecía insignificante frente a aquel universo enfurecido."
Lejos del mundanal ruido - Thomas Hardy
« Imposturas - John Banville Diarios - Alejandra Pizarnik »
Añadir comentario
Comentarios