El dolor está ahí, siempre. No se va, se disfraza. Y cuando empieza no sabes cuándo tendrá fin. Se esconde en el fondo del bolsillo, como un botón pequeño, en la herida de las uñas mordidas, en la marca de unos zapatos viejos, en el hambre... El dolor sale y sabe. En la boca y en la memoria.
París despertaba tarde - Máximo Huerta
« Ninguna mujer llorará por mí - José Antonio Gurpegui Tristano muere - Antonio Tabucchi »
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